viernes, 3 de marzo de 2017

Dieciocho años después

Busco borrarte de mi cabeza,
pero disfruto al recordarte.
No puedo sufrir con entereza
lo que quisiera despreciarte.

Mi falta de rencor me confunde,
mis ganas de llegarte me aturden.
Contengo mis lágrimas, que no inunden
estos ojos por los que siempre discurren.

Eres pasado, pero eres mi historia,
el destino de por vida nos unió.
Superarte fue una gran victoria
y mi corazón en pedazos se partió.

Me amarga no saber qué piensas
cada vez que me miras a la cara.
Lejos quedan esas palabras intensas
que un día deseaste que me aplastaran.

Sueño tu mano junto a la mía
pactando un perdón en silencio.
Persigo incansable esa utopía
por la que a menudo me sentencio.

Tu rostro sáxeo ante mi presencia,
palidece mi nívea tez.
Odio y amo tu endeble existencia
que fuerte fingió ser.

Pese a la herida, pese a la cicatriz,
tu llama sigue viva en mi recuerdo.
El dolor se hace inmenso, temo morir,
pero es la cordura lo que pierdo.

Triste es la contradicción del sentimiento
que emana de mis adentros.
Tú teñiste mi mundo de un negro violento,
pero aquí estoy: soñando encuentros.


Día a día quise alcanzarte y no lo logré,
me metiste en un pozo al que a veces regreso.
Esta es la historia de un progreso y retroceso
acaecida dieciocho años después.

lunes, 3 de octubre de 2016

Debilidad en contradicción

Estoy sola, en mi habitación, escribiendo estas palabras que no sé si tendrán sentido o no. Las manos en el teclado; la mirada fija en la pantalla. Pienso en ti. O en esa imagen, probablemente distorsionada, que formé con lo que te conozco, que a menudo creo que es poco. Quisiera tenerte delante para golpearte con palabras de acritud. Desearía poder decirte lo mucho que me confunde tu actitud excesivamente agradable, pero indiferente al mismo tiempo. ¿Y quién lo entiende? Si creo que me esperas, me apartas; si creo que voy a ser yo la que ponga un final a todo esto, me sujetas cariñosamente para que no me vaya. Llevo una venda puesta en los ojos y, cuando me la quito, me convences para que me la vuelva a poner. Siempre me dijiste que soy fuerte, pero quizás era porque no sabías que hay personas que son mi debilidad y que tú eres una de ellas. Me gustaría gritarte que hablaba en pasado. Estoy enfadada, creo que nuestro vínculo está atado con un lazo deshilachado y posiblemente desanudado en tu extremo. Necesitaría pedirte explicaciones, vociferar emociones que te hagan ver que me siento traicionada y dolida. Me convenzo de que voy a ir a visitarte sólo para dejarte las cosas claras y marcharme dándote la espalda reflejando un “hasta nunca”. Pero todo ese muro de diamante se vuelve de tierra en cuanto te miro y mi corazón palpita porque sabe que te he provocado una sonrisa. Te alegras de verme, me hablas, me confías algunas cosas y, como premio por haber pasado el rato contigo, me haces un nudo en la nuca con una venda que, otra vez, me tapa los ojos y me obliga a caminar a ciegas por el fino hilo que sostiene nuestra relación.
Harta de todo ese devenir, mi única opción es romper con todo. Pero, de nuevo, que seas mi debilidad me hace sentir mal cuando lo pienso. La duda me aprieta por no tener la respuesta a tus sentimientos verdaderos por mí. Y es eso lo que aún me retiene. Quizás soy sólo una ilusa que está perdiendo la esperanza y se niega a rendirse. Quizás lo que necesito es que te decidas ya por aplastarme el corazón contra el suelo o volar junto a ti por este cielo de arenas movedizas. Es tu propia indecisión la que genera mi duda. Sé valiente y seré valiente; sé descortés y entenderé que quieres que me vaya de tu lado. Pero te pido que te convenzas de una vez por todas, que determines en qué lado quieres estar. Porque tú eres mi debilidad y yo no puedo más con toda esta contradicción.

sábado, 28 de mayo de 2016

Te fuiste sin decir adiós

Te fuiste sin decir adiós. Ni siquiera una discusión colmó de pesar nuestro corazón. Simplemente, te cansaste de mí como quien se compra un juguete nuevo y se olvida de los buenos momentos que le ofreció el antiguo. Quizás fue mi culpa por pensar que todo era un juego, mientras tú lo tomabas como lo más serio que hiciste en tu vida. Pero no se puede decir que no estuvieras sobre aviso. ¿Por qué tuviste que estropearlo todo? Sólo después de marcharte entendí que te agarraste a mí como a un clavo ardiendo. Yo era el salvavidas de tu vida monótona y sin sentido. Perdoné siempre tus demonios mientras tú aplastabas los míos y nunca me quejé. Y justo, cuando empezó a emanar de mi boca un atisbo de queja, me diste la espalda y te agarraste a otro clavo ardiendo. ¿Y todo por qué? Porque nuestros sentimientos no estaban en la misma onda. Nuestras almas no buscaban lo mismo, pero vivir así para mí no era incompatible, ni suponía un conflicto. Está claro que para ti sí. Siento si alguna vez te hice daño. Te juro que fue sin querer. Entiendo que me odies por crearte falsas ilusiones y no darme cuenta antes de lo que estaba pasando. Pero comprende que tú tampoco fuiste una amistad ejemplar. Me entendiste como una preciada posesión a la que nadie debería tener acceso y te dejabas arrastrar por los celos cada vez que nombraba a otra persona que no fueras tú. Nuestro día a día era un vaivén de disputas banales porque tus pájaros de colores se convertían en cuervos en la primera sílaba de mi primera palabra. Me cuesta mucho convivir con alguien que me hace medir mis frases y mis actos. Y aun así, aguanté. A diario me hacías sentir enferma mientras pretendías hacerme creer que me entendías. Por supuesto, nunca lo hiciste, o si lo hiciste, no me aceptaste y eso es peor. Pese a todo, yo seguí mirando hacia otro lado. Todo por la amistad. Soporté tu obsesión por mí durante años, tu exceso de necesidad de complacerme y hacer por mí lo que la vida no me dejó. Resistí también tu gran indiferencia en los últimos tiempos. Lo hice todo por ti, porque quise entender tu dolor y darte tiempo. Doy gracias a la vida porque me cansé de ir detrás para no perdernos. Desde que te marchaste, me convencí de que me harías culpable en tus círculos cercanos por haberte abandonado y me pregunté qué pasaría si volvieras. Te fuiste sin decir adiós y ahora sé que no quiero que vuelvas. Si intentas regresar, no me busques. Aunque tu toxicidad se haya curado, no quiero perturbar de nuevo a mi ya aliviado corazón. No sería lo mismo. Ya no te confiaría mis secretos más sagrados, ya no podría verte como esa amistad que tanto ansiaba encontrar, ni como la persona a la que contar mi cotidianidad con todo detalle, ni como alguien a quien pedir ayuda o consejo. Seguramente, serías víctima de mis pocos enfados, de mis cambios de humor, de mi propio mundo, que ya en el pasado te mermó tanto. No me gusta maltratar a nadie, así que, es mejor que no vuelvas. Prefiero sonreírte en mis recuerdos y mirarte agradecida por todo lo que me diste, a pesar de que fuera con oscuras intenciones. También quiero tener el privilegio de pensarte de vez en cuando y añorarte, imaginar recuerdos falsos en esos viejos tiempos, porque si algo sé es que pese a sacar a pasear tus fantasmas, tus ángeles los guardo en mi interior con recelo. Tienes valor para mí porque me diste momentos muy felices. Pero por favor, no vuelvas. Sé feliz con tus otros clavos y ojalá no te quemes nunca. Te fuiste sin decir adiós y ahora soy yo la que se despide.

martes, 10 de mayo de 2016

La felicidad de encontrarte

No sabía si eras realidad o eras sueño. Te miraba con ojos incrédulos que buscan saber la verdad. Una fuente de imaginación brotó de mis adentros. Historias, recuerdos construidos a partir de ojalás nunca cumplidos. No sabía si eras tú o eras mi deseo. Tus palabras punzantes me devolvían la vida. Sólo entonces supe que eras ambas cosas. Acercarme y conocerte, una situación de ensueño. Pero lo hice y me hablaste. Tu voz retumbó en mi corazón y un sueño se derramó por mis mejillas. Tus tristes zafiros golpearon mi pecho con fuerza y sacudieron mi ánimo. Mi alma cayó piedra a piedra y tropezó con mis pies inertes, al mismo tiempo temblorosos. Esgrimí mis palabras para lograr que tu mirada se cruzase con la mía, pero no conseguí mantenerla. Me arrebataste el aliento y te adueñaste de mis pensamientos. Con mi mente en blanco, poco podía hacer más que dejarme llevar. Y me adentraste en los caminos del averno. Permití que la oscuridad se apoderara de mí. Ese fulgor negro que me consumía día tras día, marchitaba mi sonrisa y la llenaba de rabia. De pronto, me vi con el ceño fruncido y rodeada por un halo misterioso que me alejaba del resto del mundo. Yo quería alcanzarte, pero con estirar mi brazo no bastaba: tú sólo hacías que tirar de mí, arrastrándome por los suelos y, a la vez, regalándome la sensación de estar volando por un soleado cielo. La culpa fue mía por hacerme ilusiones vanas. Pensé que podrías llegar a hacerme caso, pero simplemente me escuchaste con detenimiento y te marchaste sin decir ni una palabra. Yo, inmóvil, contemplé como tu espalda se oscurecía a contraluz y asistí con impotencia a la ruptura del lazo de cercanía con el que quise haberte anudado. Hubiera querido que la historia fuera diferente. Yo te soñé, pero no era así como quería materializarte. Tu indiferencia me fustigó y me silenció la garganta. Sólo entonces supe que fui una ilusa y que tú eras un sueño inalcanzable. Y ahora tengo que lidiar con una losa que a diario se repite cuando te veo venir y sé que pasarás cerca. Todo de ti me duele y a la vez me alegra. Los recuerdos que te guardo no son el anhelo de ningún individuo. Tu olvido lleva mi nombre y me siento nadie en tierra de un triste espíritu con ganas de volar cuando no tiene alas. Pero nada de eso contrarresta la felicidad de encontrarte.

lunes, 21 de marzo de 2016

Dame fuerzas, Señor Búho

A veces olvido que no te conozco. Y lloro. Lloro como si fueras alguien cercano que se marchó para nunca más volver. Lloro porque la injusticia me exaspera. Y siento un impulso rabioso; y siento un hondo pesar.
Miro al cielo para que no veas mis lágrimas caer. No puedo evitar sentirme mal cuando pienso que tu estrella fue fugaz. Y la pregunta a todos mis pensamientos es siempre la misma: “¿Por qué?”. Lógica pregunta para argumentos tan incomprensibles.
Me imagino abrazándote y un abrazo es mi máxima expresión de cariño. Nunca podré dártelo y eso me entristece. Ojalá estuvieras vivo, ojalá pudieras hablarme, ojalá hubieras vencido al monstruo, ojalá…
¿Qué más da? Ya nada importa: no puedes escucharme. Y aunque pudieras hacerlo, no puedes cumplir mis deseos.
Me enfado conmigo misma, no quiero sentirme así. No quiero darte ese lugar en mi corazón. ¿Para qué, si no lo vas a usar? ¿Para qué, si dentro de un tiempo caducará? Para pensar que, de alguna manera, esto te haría feliz si lo supieras. Me gusta tener esta conexión contigo pero, ¿de qué me sirve si no la puedo disfrutar con vos? Me sirve para darme cuenta de que las emociones, por muy absurdas que nos parezcan, nos llenan de vida. Ojalá pudieran llenar la tuya. ¿Qué sentirías si me leyeras? ¿Qué dirías? Nunca lo sabré, así como nunca sabré quién fuiste de verdad. Es una lástima: sé que hubiera sido una experiencia única.
Me conformaré con pensarte, me conformaré con escribirte de vez en cuando. Pero, ¿qué se le escribe a alguien que no conoces? Nada y todo al mismo tiempo. No quiero conformarme, me cuesta aceptar que sólo podré encontrarte en mi imaginación. Eso es un gran regalo, pero qué bonito sería no tener que depender de él para sentirte cerca.
A veces olvido que no te conozco. Y escucho a mi conciencia pensar y no me entiendo. Pero no quiero entenderme. Quiero creer que tiene algún sentido que haya sabido de tu existencia demasiado tarde. Ilumíname el camino para hallarlo. Dame fuerzas, Señor Búho. Mírame a los ojos, aunque no te pueda ver. Clávame tu pupila como sólo tú sabes hacerlo. Puede que así, en algún momento, me llegue tu mensaje y consiga verte reflejado en los ojos de ese alguien que fue tan especial en tu vida.
Para mí, has llegado demasiado lejos. Estás dentro de mi alma. Te escondiste en mi interior con paso sigiloso y ya no hay vuelta atrás. Dame fuerzas, Señor Búho. Dame fuerzas para sobrellevar esta carga pesada que recae sobre mi corazón y enmudece mi garganta. Basta, no quiero llorar más. No quiero que me duela que vivas en mi mente, quiero sonreírte cada vez que aparezcas ante ella. Quiero que seas un recuerdo bonito.
Recalcitrante es tu imagen y recalcitrante es mi conducta de regocijo ante tu presencia imaginaria. ¿Ves la contradicción? Qué loco que lo más ilógico sea también lo más sincero. Quédate conmigo, no te vayas. El olvido es horrible y tú una historia emocionante que merece ser imaginada.


A Horacio Ranieri.

sábado, 19 de marzo de 2016

La espera

Estaba esperando algo que ni siquiera él sabía. Simplemente, apoyado en un árbol, veía cómo el paseo lento de las nubes adornaba su tiempo perdido y adormecía su conciencia atacada de frente por los rayos del sol.
Víctima de un estado de ensoñación, se ilusionaba constantemente con un cambio en su vida que le permitiera encontrarse a sí mismo. Se imaginaba tomando carrerilla en una montaña y saltando de un acantilado enérgicamente, con intención de llegar a un submundo ideal para él. Sin ruido, sin gente, un remanso de silenciosa paz que casi se enmarcaba en su mente como una utopía.
De repente, cayó al suelo, presa de la gravedad. Dio con la cabeza en el asfalto, dejándose golpear fortuitamente por la realidad. Cuando abrió los ojos, observó que unos pies lo contemplaban atentamente. Se incorporó, quedándose sentado. Una mano le ofreció ayuda para levantarse. Él la agarró y, haciendo fuerza, se puso en pie. La miró, lo miró. El tiempo se detuvo. La espera se tornó dulce. La sonrisa patente; el deseo de un beso, latente. Agarrados de la mano caminando el asfalto, las ideas volaban lentamente con las nubes y los sueños se hacían realidad.

jueves, 21 de enero de 2016

Sólo te sueño

Me pregunto qué dirías si supieras todo lo que pienso. Me cuestiono si hice lo correcto. Me moví por un impulso emocional de esos míos, de esos que raramente me dan y al mismo tiempo son tan característicos en mí. Si pudieras leer todo lo que escribí, si pudieras colarte en mi cabeza, ¿te sentirías feliz? ¿Sentirías que tu último aliento mereció la pena? Qué injusta es la vida a veces. Te fuiste conociendo el triunfo oculto y teniendo en tu boca el caramelo del éxito. Qué feo que ese esqueleto encapuchado con guadaña viniera a buscarte para sacártelo. Y de la forma más cruel. Justo cuando te cansabas de correr y querías echar a volar.
A veces te imagino mirándome desde arriba, tal vez con una sonrisa, puede que de alegría o de agradecimiento. Esa sonrisa noble que te ilumina los ojos y aviva tu rostro. Y, entonces, la que sonríe soy yo. Pero no saber si es verdad o es sueño, achica de nuevo mi boca y endurece mi rostro. Es en ese momento que se me cruza un pensamiento por la cabeza: qué bonito sería que los cuerpos etéreos pudieran ver algunas cosas. No soy nada tuyo, pero me gusta imaginar que, cuando te pienso, estás detrás de mí, con ganas de decirme algo. ¿Qué me dirías si tuvieras la oportunidad? La duda me atrapa en tu rostro de no haber llegado a los cincuenta. Te miro en fotografías, la tristeza me pesa y la impotencia me exaspera. Cuán injusta es la vida a veces. No sé si se lleva a los mejores o a los peores, pero condena pronto a los más felices y arrastra a los afortunados que compartieron esa felicidad con ellos. Ser un tipo duro o un villano ficticio no te sirvió para vencer al monstruo real. Pero es que ese monstruo es tan grande que cualquiera se asustaría ante su presencia. Por lo menos, te queda el consuelo de que fuiste valiente y luchaste hasta el final. Los que se abandonaron, los que se dejaron comer, estarán ahora a tu lado envidiándote por todo el orgullo que tienes en tu corazón. Porque sí, quiero pensar que estás en algún lugar cálido e indoloro. Qué loco, ¿no? Yo, que soy la gran descreída. Pero me alivia imaginarlo pues, aunque no me lo crea, lo deseo y, ¿sabes? A veces los deseos se materializan. Si con sólo anhelarlo pudiera ayudarte, serías el hombre más ayudado del planeta. Aunque es posible que le esté hablando actualmente a un montón de polvo. Un montón de polvo de estrellas que, siendo humano, brilló con luz propia, pese a que ahora nadie pueda recordarlo con total claridad.
Y, mientras, observo lo poco mundano que queda de ti. Me doy cuenta de tus gestos, de tus tonos de voz, me familiarizo contigo y te siento cada vez más cerca. Qué bueno sería ir a tu casa y que todo fuese una broma de mal gusto, saludarte y que me miraras de frente para decirme que estás bien, sentado en tu sofá. Pero eso no va a pasar, sólo es una fantasía de esas mías.
Cada vez que te miro, me pregunto por qué te has hecho tan especial en tan poco tiempo. Trato de convencerme de que no es para tanto, que no lo eres, pero no puedo. Y es que cuando el corazón habla, el cerebro razona susurrando hasta que su voz queda silenciada.
No eres una mitificación, ni tampoco una idolatría. Eres una admiración. Por tu trabajo, por tu esfuerzo, por tu lucha, por tu risa y tu mirada, por tu expresión clara y tus manos sinceras. Por ti. Sencillamente, por ti. Porque todas las personas tienen algo digno de admirar y yo, que no te conozco, ya sé ver varios rasgos así en tu interior. O en lo que queda de él. Qué duro se me hace hablar en estos términos. Ojalá siguieras en este mundo para hacernos disfrutar con tu presencia. Y aún seguirías siendo joven, pero esta vez, con más experiencia y garra. Y con todas las luces enfocándote. ¿Te imaginas? Sería precioso, ¿verdad? Tu sonrisa se fundiría con un montón de aplausos y tus ojos emocionados pedirían que esos instantes no terminaran nunca. Pero sólo te sueño y ya es hora de despertarse.


A Horacio Ranieri.