lunes, 21 de marzo de 2016

Dame fuerzas, Señor Búho

A veces olvido que no te conozco. Y lloro. Lloro como si fueras alguien cercano que se marchó para nunca más volver. Lloro porque la injusticia me exaspera. Y siento un impulso rabioso; y siento un hondo pesar.
Miro al cielo para que no veas mis lágrimas caer. No puedo evitar sentirme mal cuando pienso que tu estrella fue fugaz. Y la pregunta a todos mis pensamientos es siempre la misma: “¿Por qué?”. Lógica pregunta para argumentos tan incomprensibles.
Me imagino abrazándote y un abrazo es mi máxima expresión de cariño. Nunca podré dártelo y eso me entristece. Ojalá estuvieras vivo, ojalá pudieras hablarme, ojalá hubieras vencido al monstruo, ojalá…
¿Qué más da? Ya nada importa: no puedes escucharme. Y aunque pudieras hacerlo, no puedes cumplir mis deseos.
Me enfado conmigo misma, no quiero sentirme así. No quiero darte ese lugar en mi corazón. ¿Para qué, si no lo vas a usar? ¿Para qué, si dentro de un tiempo caducará? Para pensar que, de alguna manera, esto te haría feliz si lo supieras. Me gusta tener esta conexión contigo pero, ¿de qué me sirve si no la puedo disfrutar con vos? Me sirve para darme cuenta de que las emociones, por muy absurdas que nos parezcan, nos llenan de vida. Ojalá pudieran llenar la tuya. ¿Qué sentirías si me leyeras? ¿Qué dirías? Nunca lo sabré, así como nunca sabré quién fuiste de verdad. Es una lástima: sé que hubiera sido una experiencia única.
Me conformaré con pensarte, me conformaré con escribirte de vez en cuando. Pero, ¿qué se le escribe a alguien que no conoces? Nada y todo al mismo tiempo. No quiero conformarme, me cuesta aceptar que sólo podré encontrarte en mi imaginación. Eso es un gran regalo, pero qué bonito sería no tener que depender de él para sentirte cerca.
A veces olvido que no te conozco. Y escucho a mi conciencia pensar y no me entiendo. Pero no quiero entenderme. Quiero creer que tiene algún sentido que haya sabido de tu existencia demasiado tarde. Ilumíname el camino para hallarlo. Dame fuerzas, Señor Búho. Mírame a los ojos, aunque no te pueda ver. Clávame tu pupila como sólo tú sabes hacerlo. Puede que así, en algún momento, me llegue tu mensaje y consiga verte reflejado en los ojos de ese alguien que fue tan especial en tu vida.
Para mí, has llegado demasiado lejos. Estás dentro de mi alma. Te escondiste en mi interior con paso sigiloso y ya no hay vuelta atrás. Dame fuerzas, Señor Búho. Dame fuerzas para sobrellevar esta carga pesada que recae sobre mi corazón y enmudece mi garganta. Basta, no quiero llorar más. No quiero que me duela que vivas en mi mente, quiero sonreírte cada vez que aparezcas ante ella. Quiero que seas un recuerdo bonito.
Recalcitrante es tu imagen y recalcitrante es mi conducta de regocijo ante tu presencia imaginaria. ¿Ves la contradicción? Qué loco que lo más ilógico sea también lo más sincero. Quédate conmigo, no te vayas. El olvido es horrible y tú una historia emocionante que merece ser imaginada.


A Horacio Ranieri.

sábado, 19 de marzo de 2016

La espera

Estaba esperando algo que ni siquiera él sabía. Simplemente, apoyado en un árbol, veía cómo el paseo lento de las nubes adornaba su tiempo perdido y adormecía su conciencia atacada de frente por los rayos del sol.
Víctima de un estado de ensoñación, se ilusionaba constantemente con un cambio en su vida que le permitiera encontrarse a sí mismo. Se imaginaba tomando carrerilla en una montaña y saltando de un acantilado enérgicamente, con intención de llegar a un submundo ideal para él. Sin ruido, sin gente, un remanso de silenciosa paz que casi se enmarcaba en su mente como una utopía.
De repente, cayó al suelo, presa de la gravedad. Dio con la cabeza en el asfalto, dejándose golpear fortuitamente por la realidad. Cuando abrió los ojos, observó que unos pies lo contemplaban atentamente. Se incorporó, quedándose sentado. Una mano le ofreció ayuda para levantarse. Él la agarró y, haciendo fuerza, se puso en pie. La miró, lo miró. El tiempo se detuvo. La espera se tornó dulce. La sonrisa patente; el deseo de un beso, latente. Agarrados de la mano caminando el asfalto, las ideas volaban lentamente con las nubes y los sueños se hacían realidad.