sábado, 28 de mayo de 2016

Te fuiste sin decir adiós

Te fuiste sin decir adiós. Ni siquiera una discusión colmó de pesar nuestro corazón. Simplemente, te cansaste de mí como quien se compra un juguete nuevo y se olvida de los buenos momentos que le ofreció el antiguo. Quizás fue mi culpa por pensar que todo era un juego, mientras tú lo tomabas como lo más serio que hiciste en tu vida. Pero no se puede decir que no estuvieras sobre aviso. ¿Por qué tuviste que estropearlo todo? Sólo después de marcharte entendí que te agarraste a mí como a un clavo ardiendo. Yo era el salvavidas de tu vida monótona y sin sentido. Perdoné siempre tus demonios mientras tú aplastabas los míos y nunca me quejé. Y justo, cuando empezó a emanar de mi boca un atisbo de queja, me diste la espalda y te agarraste a otro clavo ardiendo. ¿Y todo por qué? Porque nuestros sentimientos no estaban en la misma onda. Nuestras almas no buscaban lo mismo, pero vivir así para mí no era incompatible, ni suponía un conflicto. Está claro que para ti sí. Siento si alguna vez te hice daño. Te juro que fue sin querer. Entiendo que me odies por crearte falsas ilusiones y no darme cuenta antes de lo que estaba pasando. Pero comprende que tú tampoco fuiste una amistad ejemplar. Me entendiste como una preciada posesión a la que nadie debería tener acceso y te dejabas arrastrar por los celos cada vez que nombraba a otra persona que no fueras tú. Nuestro día a día era un vaivén de disputas banales porque tus pájaros de colores se convertían en cuervos en la primera sílaba de mi primera palabra. Me cuesta mucho convivir con alguien que me hace medir mis frases y mis actos. Y aun así, aguanté. A diario me hacías sentir enferma mientras pretendías hacerme creer que me entendías. Por supuesto, nunca lo hiciste, o si lo hiciste, no me aceptaste y eso es peor. Pese a todo, yo seguí mirando hacia otro lado. Todo por la amistad. Soporté tu obsesión por mí durante años, tu exceso de necesidad de complacerme y hacer por mí lo que la vida no me dejó. Resistí también tu gran indiferencia en los últimos tiempos. Lo hice todo por ti, porque quise entender tu dolor y darte tiempo. Doy gracias a la vida porque me cansé de ir detrás para no perdernos. Desde que te marchaste, me convencí de que me harías culpable en tus círculos cercanos por haberte abandonado y me pregunté qué pasaría si volvieras. Te fuiste sin decir adiós y ahora sé que no quiero que vuelvas. Si intentas regresar, no me busques. Aunque tu toxicidad se haya curado, no quiero perturbar de nuevo a mi ya aliviado corazón. No sería lo mismo. Ya no te confiaría mis secretos más sagrados, ya no podría verte como esa amistad que tanto ansiaba encontrar, ni como la persona a la que contar mi cotidianidad con todo detalle, ni como alguien a quien pedir ayuda o consejo. Seguramente, serías víctima de mis pocos enfados, de mis cambios de humor, de mi propio mundo, que ya en el pasado te mermó tanto. No me gusta maltratar a nadie, así que, es mejor que no vuelvas. Prefiero sonreírte en mis recuerdos y mirarte agradecida por todo lo que me diste, a pesar de que fuera con oscuras intenciones. También quiero tener el privilegio de pensarte de vez en cuando y añorarte, imaginar recuerdos falsos en esos viejos tiempos, porque si algo sé es que pese a sacar a pasear tus fantasmas, tus ángeles los guardo en mi interior con recelo. Tienes valor para mí porque me diste momentos muy felices. Pero por favor, no vuelvas. Sé feliz con tus otros clavos y ojalá no te quemes nunca. Te fuiste sin decir adiós y ahora soy yo la que se despide.

martes, 10 de mayo de 2016

La felicidad de encontrarte

No sabía si eras realidad o eras sueño. Te miraba con ojos incrédulos que buscan saber la verdad. Una fuente de imaginación brotó de mis adentros. Historias, recuerdos construidos a partir de ojalás nunca cumplidos. No sabía si eras tú o eras mi deseo. Tus palabras punzantes me devolvían la vida. Sólo entonces supe que eras ambas cosas. Acercarme y conocerte, una situación de ensueño. Pero lo hice y me hablaste. Tu voz retumbó en mi corazón y un sueño se derramó por mis mejillas. Tus tristes zafiros golpearon mi pecho con fuerza y sacudieron mi ánimo. Mi alma cayó piedra a piedra y tropezó con mis pies inertes, al mismo tiempo temblorosos. Esgrimí mis palabras para lograr que tu mirada se cruzase con la mía, pero no conseguí mantenerla. Me arrebataste el aliento y te adueñaste de mis pensamientos. Con mi mente en blanco, poco podía hacer más que dejarme llevar. Y me adentraste en los caminos del averno. Permití que la oscuridad se apoderara de mí. Ese fulgor negro que me consumía día tras día, marchitaba mi sonrisa y la llenaba de rabia. De pronto, me vi con el ceño fruncido y rodeada por un halo misterioso que me alejaba del resto del mundo. Yo quería alcanzarte, pero con estirar mi brazo no bastaba: tú sólo hacías que tirar de mí, arrastrándome por los suelos y, a la vez, regalándome la sensación de estar volando por un soleado cielo. La culpa fue mía por hacerme ilusiones vanas. Pensé que podrías llegar a hacerme caso, pero simplemente me escuchaste con detenimiento y te marchaste sin decir ni una palabra. Yo, inmóvil, contemplé como tu espalda se oscurecía a contraluz y asistí con impotencia a la ruptura del lazo de cercanía con el que quise haberte anudado. Hubiera querido que la historia fuera diferente. Yo te soñé, pero no era así como quería materializarte. Tu indiferencia me fustigó y me silenció la garganta. Sólo entonces supe que fui una ilusa y que tú eras un sueño inalcanzable. Y ahora tengo que lidiar con una losa que a diario se repite cuando te veo venir y sé que pasarás cerca. Todo de ti me duele y a la vez me alegra. Los recuerdos que te guardo no son el anhelo de ningún individuo. Tu olvido lleva mi nombre y me siento nadie en tierra de un triste espíritu con ganas de volar cuando no tiene alas. Pero nada de eso contrarresta la felicidad de encontrarte.