viernes, 28 de agosto de 2015

El reflejo del sol en tu cara

El reflejo del sol en tu cara disimula la sombra que se esconde en tu interior, pero tú aquí sigues, sonriendo como si nada. Es por eso que me pregunto si tanto merece la pena estar en el mundo con una máscara puesta. Las máscaras pesan y te obligan a dejar de ser tú mismo. ¿Tanto valor tienen unos pocos rayos de sol? Quizás tú le encuentres un sentido. Quizá no quieras descubrir la oscuridad que guardas dentro. Puede que sólo estés asustado y, sin embargo, tu deseo de seguir viviendo sigue siendo igual de inmenso que cuando eras un ser lleno de luz. La gente dice que eres todo un misterio y que en ese mundo de fantasía corres el riesgo de olvidar quién eres y borrar todos tus sueños sin querer, como las olas cuando arrastran la arena mar adentro. Pero a ti parece no preocuparte. Caminas hacia delante sin volver la vista atrás, con paso firme, tan firme, que hasta te haces daño en los pies cuando tocas con ellos el suelo. A veces me pregunto si no será que te has acostumbrado tanto al dolor que ya casi todo te da igual. Y aun así, sigues sonriendo y tu mirada emana una luz especial. Confieso que a veces te miro y pienso que tengo un ángel frente a mis ojos, que en cualquier momento vas a desplegar unas alas de luz y vas a echar a volar. Pero entonces despierto de mi ensimismamiento y río a carcajadas mientras observo tu espalda erguirse y continuar para no equivocarse de senda. Dejas tus huellas por donde pisas y la gente se para frente a ellas para llorar tu añoranza. Pese a todo, tú, como siempre, no miras atrás y mantienes tu paso firme con templanza. Pero yo sé que tu corazón grita de agonía; sé que, cuando te alejas, agachas la cabeza y dejas que tus ojos hablen por ti; sé que tu alma se quiebra en mil pedazos y que te quedas vacío por dentro. Pero eso lo sé yo, que vivo en ti y veo desde dentro esa máscara que tienes puesta por fuera. Y observo con detenimiento esa inquietante sonrisa que se refleja en ella y a veces la confundo con el mismo reflejo del sol en tu cara. 

Cordero con piel de lobo

Si el cinismo tuviese nombre propio, se llamaría como tú. Atraviesas esa puerta y crees ser el ente más poderoso al que mi vida sucumbe sin entender que tu necia mentalidad, más cerca está del error que tú de conseguir mi amor. Callo al oírte gritar, no por darte la razón, sino porque no merece la pena. ¿Para qué? Nada va a cambiar si no es para peor. Finges ser una bestia voraz y no eres más que un gatito asustadizo. Lloriqueas sin soltar ni una sola lágrima, esperando que vayan tras de ti a ofrecerte un consuelo que precisas sólo porque necesitas creer por un instante que hay alguien que puede y quiere tocar tu mundo con la yema de sus dedos. Te engañas con una absurda falacia en la que vives feliz y que, al mismo tiempo, te encantaría destruir. Piensas que agrediendo a los demás sanas tus heridas, pero en verdad abres más la brecha que ya se halla en tu corazón. ¿Y entonces? Entonces sólo te estás persiguiendo la cola como un perro juguetón, sólo que tu juego se llama vida y es más amarga que el chocolate sin edulcorar. Retienes tu angustia dentro de tu cuerpo como un preciado tesoro que temes perder, pese a que te lastime profundamente. Sientes que es lo único que queda de tu triste figura y asumes la responsabilidad de mantenerla viva aunque provoque una vorágine desoladora a tu alrededor. ¿Y qué más da? Nadie merece ser feliz si tú no lo eres. Preparas puñales ficticios por la noche; a plena luz del día, tu sonrisa irradia más luz que el propio sol. Y, cuando bajan la guardia y más tranquilos parecen estar, apareces tú y les recuerdas lo miserable que es tu existencia y lo mucho que envidias la de ellos. Y así, el calendario va pasando sus páginas y te vas convirtiendo con el paso de los días en un rostro arrugado, cansado de sufrir pero cómodo dentro de su martirio. Tus entrañas se transforman en las de un lobo solitario que hace décadas perdió a su manada y no es capaz de recuperarla. Y así, triste y solo, te vas apagando hasta desaparecer de este alegre mundo que no extrañará tu ausencia.

Ganas de estar contigo

Ganas de verte, ganas de sentir tu sonrisa provocar la mía, ganas de que tu ánimo motive una vorágine de sentimientos dentro de mí. Eso es lo que tengo. Te extraño y quiero compartir contigo todo lo que nos ha impedido ese fantasma que traigo conmigo y que ya conoces. Quiero abrazarte, sentirte conmigo, sentir que no soy diferente cuando estoy junto a ti. Quiero notar tus manos frotándome la espalda y tu barbilla apoyándose en mi hombro. Busco volver a vivir esa complicidad que compartimos día a día, curiosamente sin miradas. Necesito disfrutar de ti lo poco que me queda por estar a tu lado. Lo que surja después, dependerá de tus decisiones, que yo respeto y defiendo férreamente. Me encantaría bromear y prometo intentarlo, pero contigo me cuesta si no es por escrito. Ganas, muchas ganas de verte y de reír contigo, de desahogarme si lo necesito y de escucharte si lo precisas, de agarrarte de la mano y ponerte la otra en un hombro, de mirarte a los ojos por primera vez y demostrarte a través de ellos lo mucho que me importas, de seguir ayudándote como hasta ahora en los pequeños detalles, pero también si te surge algo complicado. Hoy más que nunca, tengo ganas de entenderte, de comprender tus gestos, tus palabras y celebrar con gran júbilo tus alegrías. Quiero escuchar tus diferentes risas y carcajearme con ellas, compartir mi mundo y dejarte entrar en él si lo deseas, sentir la calidez que me transmiten esas miradas que nunca observo pero que presiento. Me gustaría despejarte la mente, desligarte de esas obligaciones que te cargas a tus espaldas innecesariamente. Quisiera ponerte contenta y contribuir a tu felicidad, descubrir un mundo entero a tu lado y darte las gracias por enésima vez. No quiero dejar de agradecerte, no quiero dejar de decir palabras solemnes, no quiero alejarte de mí pese a que la despedida duela. Prometo portarme bien, no darte ningún problema. Hoy, más que nunca, tengo ganas de estar contigo.

Torre de Babel

Tanto que luché por conseguir algo contigo y, aún ahora, tras lograrlo, como entonces, sigo dudando. Las preguntas aparecen una y otra vez cuando se trata de ti, pase lo que pase. Mis interrogantes llevan tu nombre. Es en esos momentos cuando cuestiono tus sentimientos hacia mí. Los sucesos me demuestran reiterada e incansablemente que no hay lugar para pensamientos dubitativos, pero en ocasiones, tus acciones me devuelven a la inseguridad de nuestra relación.
Me importas mucho y sé que debo importarte algo. Son muchas anécdotas vividas, de todos los colores además. Sin embargo, nunca sé si tu querer va más allá de lo puramente cordial o si buscas lo mismo que yo. Siempre tengo ese dilema que me impide seguir adelante con total confianza en lo que nos une. Con mis comportamientos tan impulsivamente erróneos podría haber conseguido que te alejaras de mí. De hecho, tuve miedo por ello. Pero no lo hiciste, nunca te fuiste de mi lado. A veces pienso que si esto es así, es porque algo sientes. Pero la duda siempre asoma y acaba tambaleando la torre que yo construyo una y mil veces para forjar férreamente nuestra amistad. Y todo esto sucede cuando te veo. Me parece increíble que sienta tan fuerte nuestro vínculo cuando intercambiamos palabras por escrito y, pese a todo, me cueste tanto articular palabra frente a frente mientras por mi mente van surgiendo miedos a la par que conversamos. Es entonces cuando me fustigo pensando que no tengo remedio, que no sé hasta cuándo va a durar este martirio. Bendigo siempre los días de alegrías y complicidad mutua y aquellos en los que toda ayuda era poca. Un pequeño gesto, por nimio que fuera, daba forma a los ladrillos de nuestra torre durante esas jornadas. Pero maldigo aquellos de desasosiego personal al notar una apatía falaz en ti, que me plantaba cara y derribaba todo mi ánimo, cuya presencia fue bautizada como Babel. Hablamos idiomas distintos, venimos de épocas dispares. Pero, a menudo, hay un punto de conexión que nos enlaza y es lo que nos hace mantener todavía firme lo que tenemos. Sigo instalada en el miedo que me produce que desaparezcas y mi propio pavor me dice que algún día lo harás porque nada es para siempre. Pero tengo una voz interior, una llama encendida que me impide rendirme. Quiero luchar por ti y que, si tenemos que abandonarnos, sea porque nuestra existencia pasa a pertenecer a mundos distintos.
Sé que unas bonitas palabras no solucionarán la necedad de mi psique. Pero no importa. Aguantaría las veces que fuera menester todos los llantos y tristezas acaecidos en vano. Soportaría el insomnio de hartas noches dando vueltas en la cama, sintiendo el cosquilleo en mi cerebro, casi humeante de tanto pensar, mientras emana negatividad desde mis entrañas y hace aflorar mis propias carencias de alma incompleta. Hazte a la idea: sería capaz de cualquier cosa por ti. No quiero tus consejos, no quiero tu ayuda. Te quiero a ti. Te quiero por ser quien eres, te quiero por lo que representas, te quiero porque tus acciones en esta tierra hacen del mundo un lugar mucho mejor. Te respeto por enfrentarte a las alimañas que trepan sobre ti, sin quejarte en exceso ni darles la mayor importancia, mientras yo me desgarro por dentro con el estómago en riesgo de padecer una úlcera por culpa de la rabia que brota en mis adentros al contemplar tamaña escena repugnante. Lo siento, yo no soy tan pura como tú. La oscuridad de mi corazón me exime de ciertos privilegios que tenéis los que deslumbráis con luz propia y nos animáis a desarrollar nuestra luz interior.
Sé que se pueden contar con los dedos de una mano los aciertos que he tenido contigo descifrando tu alma. Sé que soy una experta en meter la pata cuando se trata de ti. Nunca doy con lo que debo hacer o decir. Perdóname por ello. Soy todavía una ignorante de tu ser, aunque espero remediar eso algún día, si tú me dejas. Créeme que nada me gustaría más. Quiero poder alcanzar con la yema de mis dedos toda tu esencia, entrar en tu mundo para no salir nunca de él, que me des una copia de la llave bajo la que guardas tu corazón y que a muy pocos muestras. No quiero que te escondas de mí, pues suficiente tuve ya con esconderme yo de ti por el estúpido miedo a una relación afectiva de tamaña envergadura. Eres esa persona que siempre anhelé encontrar y no quiero perderte. Es por eso que a veces me vuelvo irracional y la pifio. Me disculpo por ello. No debe ser fácil tratar con alguien como yo. Pero seré paciente y aguardaré por ti, tratando de ser lo más asertiva posible contigo para no provocar ningún efecto contrario al deseado. Seguiré firme, plantando cara a mi propia oscuridad. Encararé cualquier ente dañino que salga de mi propio ser. Seré mi escudo y a la vez mi espada. Tú sigue escribiéndome, respondiendo a mis llamados. Yo, mientras tanto, seguiré construyendo una y otra vez, ladrillo a ladrillo, esta torre de Babel que nos pertenece, que tan rápido crece como perece. Lo haré las veces que sea necesario hasta que consiga todos mis propósitos para contigo. Espérame, prometo que merecerá la pena.

A una persona especial para mí

La luz de su mirada, se encendía y se apagaba en función de sus emociones. Su apariencia quería representar una especie de personaje, pero sus ojos eran delatores de la que podría ser su verdad. Cuando el iris era claro, el cariño y la ternura envolvían a cualquiera que se percatara; pero si estaba oscuro, la frialdad y la distancia brotaban. Su presencia era firme como sus pasos. La mujer fuerte, valiente, luchadora, salía a escena cada vez que alguien la veía. La sapiencia y la inteligencia estaban acomodadas en su cerebro. Su rostro era feliz y a la vez triste. Las pequeñas cosas con las que, de vez en cuando, obsequiaba al mundo (Una sonrisa, un comentario gracioso…) hacían de ella un ser entrañable. Y a pesar de llevar la pesada carga de una coraza invisible, siempre se mostraba sincera, sin avergonzarse nunca por decir lo que sentía. Hablaba las palabras justas, se preocupaba por los demás. Era precavida, pero a la vez, muy franca. Y aunque tenía fama de ser muy áspera con las personas de su alrededor, en realidad era un ser sensible lleno de bondad.

Las primeras semanas, en el proceso de conocerla, sentía que tenía algo especial. Sólo era una sensación, así que cometí el error de ignorar la señal. Hasta que ella misma la dejó caer a modo de reprimenda, quizás por no haberme dado cuenta antes o no haber querido hacerlo. Mientras de su boca salían enseñanzas que debería aprender a aplicar en un futuro, su mirada emanaba un chispazo que despertó en mí una llama que aún arde en mi corazón. Sus sentimientos nobles, su personalidad auténtica y su capacidad para llegar al alma de la gente, me cautivaron. Tanto, que aprendí de ella todo lo que pude y disfruté de su compañía siempre que me lo permitían. Era tan agradable compartir miradas y sonrisas con ella, que no nos eran necesarias las palabras. Ante las dificultades, la apoyé y ayudé en todo lo que buenamente pude. Pasaba noches en vela pensando en cómo podría hacer que dejara de tambalearse su ánimo. Gracias a ella, supe por fin lo que era la empatía que no se guiaba por la lógica. Me devolvió el espíritu de lucha y la voluntad, ambas cosas perdidas por problemas personales ya pasados. Me enseñó que aquello que amas, es aquello en lo que más te tienes que enfocar. Me regaló una ilusión que estaba en mi interior pero que aún no había conseguido sacar. Me educó en conceptos y técnicas que me servirían también para mi vida diaria. Me demostró que todo lo que ella hacía y decía era con un objetivo. Me recordó que se puede ser uno mismo sin ningún dolor si se aprende a cambiar nuestros límites o todo aquello que, aunque no nos percatemos, nos afecta negativamente. En definitiva, me consiguió motivos más que suficientes y razonables para vivir.

Por todo ello, mi sentimiento de aprecio se convirtió en un instinto de protección. Absurdamente, yo que apenas podía hacer nada por ella, sentía la necesidad de verla bien y de hacer todo lo posible para que no se hundiera. Yo no sé si ella es tal y como la describo en mi relato; pero es así como yo la veo. Esperando que la despedida no sea demasiado dolorosa.