Cuán difícil es saber cuándo rendirte. La vida te manda
señales, te dice que debes cerrar esa puerta y ocuparte de una ventana que está
pendiente de que la abras. Pero no, no la cierras. Te paras frente a ella,
mirando fijamente hacia el horizonte con los pensamientos bailando con las
dudas, perdiéndose entre la incertidumbre y el desconcierto. Buscas razones que
te ayuden a discernir si debes persistir o rendirte, si debes cerrar esa puerta
o dejarla abierta. El dilema te corroe las entrañas, se adueña de tu subconsciente
y te persigue entre sueños condenándote a la larga y amarga espera de aquellos
que, tomada una decisión, se vuelven víctimas de la opinión contraria. Y es que
si el corazón y la cabeza se pusieran de acuerdo, qué fácil sería todo. Pero no
conformes con esta disputa entre dos, hay una tercera intrusa: el alma. Ahora
el combate es entre tres. Cada vez se complica más, cada vez frente a la pared
blanca el interrogante se vislumbra más grande y profundo. Así es como se crean
las cicatrices espirituales, esas que se alimentan de tu ilusión e inocencia
pueril y te acorazan la existencia. Esas contra las que luchas a diario porque
te resistes a aceptar la realidad que se te presenta ante tus ojos. Tú sabes
que tienes el poder de transformar tu verdad pero, ¿serás capaz de convencer a
los demás para que se acerquen a ella y modifiquen la suya propia? Eso es lo
difícil. Y es más complejo aún si desconoces hasta qué punto tienes derecho a
intentarlo. Qué agrio pesar el que te hace sucumbir a la oscuridad y te
transforma la esencia. Qué lástima por esas virtudes adormecidas que se niegan
a sacarte a flote porque la imaginación tiene aún mucho más poder cuando no
está del lado de la luz. Subyugadas, ceden a su petición de hacer que el
corazón hable a través de tus ojos. Qué triste y doloroso es estar en un limbo
social. Pero, sobre todo, qué desconcertante que, pese a ese sufrimiento, te
guste regocijarte entre la niebla. Parado frente al umbral de la puerta
transcurre tu vida, a veces con padecimiento y a veces con una cruel
imaginación extrañamente celebrada con júbilo. Es la postura cómoda, el stand by, el dubitativo camino que
sentado espera a que llegue un caminante y le coloque un letrero que le indique
cuál de sus bifurcaciones es la mejor para él. En este momento, ese camino
señala una puerta. ¿La cerrarás o la dejarás abierta?
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