jueves, 21 de enero de 2016

Sólo te sueño

Me pregunto qué dirías si supieras todo lo que pienso. Me cuestiono si hice lo correcto. Me moví por un impulso emocional de esos míos, de esos que raramente me dan y al mismo tiempo son tan característicos en mí. Si pudieras leer todo lo que escribí, si pudieras colarte en mi cabeza, ¿te sentirías feliz? ¿Sentirías que tu último aliento mereció la pena? Qué injusta es la vida a veces. Te fuiste conociendo el triunfo oculto y teniendo en tu boca el caramelo del éxito. Qué feo que ese esqueleto encapuchado con guadaña viniera a buscarte para sacártelo. Y de la forma más cruel. Justo cuando te cansabas de correr y querías echar a volar.
A veces te imagino mirándome desde arriba, tal vez con una sonrisa, puede que de alegría o de agradecimiento. Esa sonrisa noble que te ilumina los ojos y aviva tu rostro. Y, entonces, la que sonríe soy yo. Pero no saber si es verdad o es sueño, achica de nuevo mi boca y endurece mi rostro. Es en ese momento que se me cruza un pensamiento por la cabeza: qué bonito sería que los cuerpos etéreos pudieran ver algunas cosas. No soy nada tuyo, pero me gusta imaginar que, cuando te pienso, estás detrás de mí, con ganas de decirme algo. ¿Qué me dirías si tuvieras la oportunidad? La duda me atrapa en tu rostro de no haber llegado a los cincuenta. Te miro en fotografías, la tristeza me pesa y la impotencia me exaspera. Cuán injusta es la vida a veces. No sé si se lleva a los mejores o a los peores, pero condena pronto a los más felices y arrastra a los afortunados que compartieron esa felicidad con ellos. Ser un tipo duro o un villano ficticio no te sirvió para vencer al monstruo real. Pero es que ese monstruo es tan grande que cualquiera se asustaría ante su presencia. Por lo menos, te queda el consuelo de que fuiste valiente y luchaste hasta el final. Los que se abandonaron, los que se dejaron comer, estarán ahora a tu lado envidiándote por todo el orgullo que tienes en tu corazón. Porque sí, quiero pensar que estás en algún lugar cálido e indoloro. Qué loco, ¿no? Yo, que soy la gran descreída. Pero me alivia imaginarlo pues, aunque no me lo crea, lo deseo y, ¿sabes? A veces los deseos se materializan. Si con sólo anhelarlo pudiera ayudarte, serías el hombre más ayudado del planeta. Aunque es posible que le esté hablando actualmente a un montón de polvo. Un montón de polvo de estrellas que, siendo humano, brilló con luz propia, pese a que ahora nadie pueda recordarlo con total claridad.
Y, mientras, observo lo poco mundano que queda de ti. Me doy cuenta de tus gestos, de tus tonos de voz, me familiarizo contigo y te siento cada vez más cerca. Qué bueno sería ir a tu casa y que todo fuese una broma de mal gusto, saludarte y que me miraras de frente para decirme que estás bien, sentado en tu sofá. Pero eso no va a pasar, sólo es una fantasía de esas mías.
Cada vez que te miro, me pregunto por qué te has hecho tan especial en tan poco tiempo. Trato de convencerme de que no es para tanto, que no lo eres, pero no puedo. Y es que cuando el corazón habla, el cerebro razona susurrando hasta que su voz queda silenciada.
No eres una mitificación, ni tampoco una idolatría. Eres una admiración. Por tu trabajo, por tu esfuerzo, por tu lucha, por tu risa y tu mirada, por tu expresión clara y tus manos sinceras. Por ti. Sencillamente, por ti. Porque todas las personas tienen algo digno de admirar y yo, que no te conozco, ya sé ver varios rasgos así en tu interior. O en lo que queda de él. Qué duro se me hace hablar en estos términos. Ojalá siguieras en este mundo para hacernos disfrutar con tu presencia. Y aún seguirías siendo joven, pero esta vez, con más experiencia y garra. Y con todas las luces enfocándote. ¿Te imaginas? Sería precioso, ¿verdad? Tu sonrisa se fundiría con un montón de aplausos y tus ojos emocionados pedirían que esos instantes no terminaran nunca. Pero sólo te sueño y ya es hora de despertarse.


A Horacio Ranieri.

No hay comentarios:

Publicar un comentario