viernes, 28 de agosto de 2015

A una persona especial para mí

La luz de su mirada, se encendía y se apagaba en función de sus emociones. Su apariencia quería representar una especie de personaje, pero sus ojos eran delatores de la que podría ser su verdad. Cuando el iris era claro, el cariño y la ternura envolvían a cualquiera que se percatara; pero si estaba oscuro, la frialdad y la distancia brotaban. Su presencia era firme como sus pasos. La mujer fuerte, valiente, luchadora, salía a escena cada vez que alguien la veía. La sapiencia y la inteligencia estaban acomodadas en su cerebro. Su rostro era feliz y a la vez triste. Las pequeñas cosas con las que, de vez en cuando, obsequiaba al mundo (Una sonrisa, un comentario gracioso…) hacían de ella un ser entrañable. Y a pesar de llevar la pesada carga de una coraza invisible, siempre se mostraba sincera, sin avergonzarse nunca por decir lo que sentía. Hablaba las palabras justas, se preocupaba por los demás. Era precavida, pero a la vez, muy franca. Y aunque tenía fama de ser muy áspera con las personas de su alrededor, en realidad era un ser sensible lleno de bondad.

Las primeras semanas, en el proceso de conocerla, sentía que tenía algo especial. Sólo era una sensación, así que cometí el error de ignorar la señal. Hasta que ella misma la dejó caer a modo de reprimenda, quizás por no haberme dado cuenta antes o no haber querido hacerlo. Mientras de su boca salían enseñanzas que debería aprender a aplicar en un futuro, su mirada emanaba un chispazo que despertó en mí una llama que aún arde en mi corazón. Sus sentimientos nobles, su personalidad auténtica y su capacidad para llegar al alma de la gente, me cautivaron. Tanto, que aprendí de ella todo lo que pude y disfruté de su compañía siempre que me lo permitían. Era tan agradable compartir miradas y sonrisas con ella, que no nos eran necesarias las palabras. Ante las dificultades, la apoyé y ayudé en todo lo que buenamente pude. Pasaba noches en vela pensando en cómo podría hacer que dejara de tambalearse su ánimo. Gracias a ella, supe por fin lo que era la empatía que no se guiaba por la lógica. Me devolvió el espíritu de lucha y la voluntad, ambas cosas perdidas por problemas personales ya pasados. Me enseñó que aquello que amas, es aquello en lo que más te tienes que enfocar. Me regaló una ilusión que estaba en mi interior pero que aún no había conseguido sacar. Me educó en conceptos y técnicas que me servirían también para mi vida diaria. Me demostró que todo lo que ella hacía y decía era con un objetivo. Me recordó que se puede ser uno mismo sin ningún dolor si se aprende a cambiar nuestros límites o todo aquello que, aunque no nos percatemos, nos afecta negativamente. En definitiva, me consiguió motivos más que suficientes y razonables para vivir.

Por todo ello, mi sentimiento de aprecio se convirtió en un instinto de protección. Absurdamente, yo que apenas podía hacer nada por ella, sentía la necesidad de verla bien y de hacer todo lo posible para que no se hundiera. Yo no sé si ella es tal y como la describo en mi relato; pero es así como yo la veo. Esperando que la despedida no sea demasiado dolorosa. 

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